Luis Velázquez /Escenarios
05 de enero de 2018
Uno. Terror. Barbarie. Crueldad
La foto anuncia, mejor dicho, expresa el fin del mundo en Veracruz. El terror. La barbarie. La crueldad.
En el primer plano, el estacionamiento de un centro comercial en Martínez de la Torre, la tierra de la diputada local, Elisa Manterola. La tierra adoptiva de los hermanos Macías, dueños de un periódico, primos hermanos de Karime de Duarte. La tierra donde nació “El diablo”, el escolta más famoso de Gonzalo Morgado Huesca, el ex presidente municipal que a los 26 años de edad fue diputado local y presidente del CDE del PRI, tiempo aquel cuando era amigo de Miguel Ángel Yunes Linares.
Y en el estacionamiento aparecen, también en primer plano, los cadáveres de dos hombres. Uno y otro asesinados a balazos, balazos en repetidas ocasiones.
En un segundo plano, dieciocho personas, mirando los cuerpos. Niños, mujeres, ancianos, hombres.
Los 18, clientes en la plaza comercial, y quienes fueron testigos de la masacre el sábado 30 de diciembre del año infausto que ha terminado y que de acuerdo con el Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública en el municipio de Acayucan los homicidios dolosos se incrementaron en un tres mil cien por ciento en los últimos cuatro años, tres de Javier Duarte y uno del gobernador Yunes.
Dos. Se toparon con la muerte…
Uno de los muertos en Martínez de la Torre se llamaba Sebastián Vázquez Navarrete, 26 años. El otro, José Eduardo Villa Salgado, 25 años.
Ellos, caminaban en el estacionamiento. Entonces, se toparon con la muerte. Un par de sujetos los esperaban. Los sicarios sacaron las armas y dispararon. Y huyeron “caminando como si nada pasara”. Dueños del día y de la noche. Seguros. Bragados. Peleadores callejeros. Fajadores de cantina.
Peor le fue ese mismo días a un taxista en Coatzacoalcos, a quien los guardias pretorianos de la muerte lo detuvieron.
Y lo mataron.
Y lo descuartizaron.
Y metieron sus cachitos en la cajuela del taxi y que luego abandonarían en una calle de la colonia Petroleros.
Y de ñapa, le pusieron la consabida cartelera con un narcomensaje.
Ni hablar, el gran logro de los políticos encumbrados es que la población ha aprendido a convivir con la muerte, la barbarie, la crueldad y el horror, como si fuera una vecina.
En “El llano en llamas”, Juan Rulfo tiene un personaje fantástico y solidario, una mujer que dice a su comadre:
“¡Ay, comadre, te quiero tanto… que ojalá y muriéramos juntas para acompañarnos en el viaje al más allá”.
Tal cual en Veracruz.
Tres. Acostumbrados a la muerte
Tanto nos hemos acostumbrado a la muerte que, por ejemplo, ya nadie se acuerda de la Fiscal de Pánuco asesinada una mañana, hacia las 9 horas, afuera de su oficina, y a quien luego enseguida el diputado priista, ahora panista, Rodrigo García Escalante, “El Porky de Xalapa”, satanizó exaltando malas amistades, como en los peores tiempos del duartazgo.
Tampoco nadie recuerda al niño y su maestra asesinados en Tantoyuca.
Y a los dos niños asesinados en Córdoba.
Y a los cuatro niños asesinados en una colonia popular de Coatzacoalcos.
Ni tampoco a los tres edecanes y modelos de Amatlán y Córdoba levantadas y desaparecidas.
Menos, mucho menos, a las 263 mujeres desaparecidas en los primeros once meses del año anterior según lo documentara el Observatorio Universitario (UV) de Violencia contra Mujeres.
Quizá, digamos, y sólo porque sucedió este 1 de enero del mes en curso, en el imaginario social únicamente está vigente el asesinato a machetazos de una mujer en Ignacio de la Llave.
“Pese a los gritos de auxilio (grito desesperados y angustiantes entre la vida y la muerte), el hombre la siguió macheteando” dice la crónica y que recordara el asesinato con cuarenta puñaladas de una chica de veinte años en un hotel de Córdoba.
Y es que el cronopio argentino, Julio Cortázar, el autor de “Rayuela”, lo decía de la siguiente manera:
“Pasado un ratito, uno se acostumbra a todo”.
Y como en el caso de Veracruz, a la muerte, la barbarie y la crueldad.
Cuatro. Violencia perpetua
Es el nuevo paisaje de Veracruz.
Antes era “la noche tibia y callada” de Agustín Lara. Hoy son los días y las noches fermentados y reciclados en la violencia perpetua.
Así, Veracruz se mueve.
El 26 de julio del año 2011 cuando decapitaron a la reportera Yolanda Ordaz de la Cruz, de Notiver, Javier Duarte dijo:
“Yo no tengo por qué cargar con los muertos” y de inmediato la satanizó.
En los días turbulentos del año anterior, el gobernador reviró:
“Es fácil criticar desde afuera, desde la computadora”.
Por fortuna, hay un elemento distractor fuera de serie. Nunca como ahora tantos políticos presos en el penal de Pacho Viejo acusados de pillos y ladrones.
Nueve por ahora. Doce que fueron, pues dos (Flavino Ríos y César del A
Ángel) están, uno, en arraigo domiciliario, y el otro, en el hospital. Y otro, el teniente José Antonio Villegas Rosas, obtuvo un amparo federal y fue liberado.
Hay, no obstante, 315 servidores públicos en la mira y en contra de quienes el Contralor de la yunicidad, Ramón Figuerola Piñera, interpuso denuncia penal en la Fiscalía por un presunto desvío de cuarenta y ocho mil (48 mil) millones de pesos.
Y si se considera que son 315 políticos bajo sospecha, entonces, significará que el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares y su Fiscal habrán de encarcelar a un político cada día, a partir de la semana que corre hasta el mes de noviembre, incluyendo unos cuantos días para el descanso.
La vida cotidiana oscila en medio de un par de turbulencias en un viaje trepidante entre la violencia y la guillotina carcelaria y que cuando menos serviría de distracción para un pueblo aterrorizado.