El 2 de agosto de 1848 un zoólogo alemán llamado Arnold Berthold decidió averiguar qué hace que los gallos cacareen, se pavoneen y se crean dueños del gallinero. Y fue directo al grano: operó a seis pollos y les quitó los testículos.
A dos los dejó así, tornándolos en capones comunes y corrientes, pollos castrados como los que los granjeros acostumbran a cebar.
Estos, registró Berthold, “no eran agresivos, rara vez peleaban con otros gallos, desarrollaban una voz monótona, sus crestas y barbas eran pálidas y subdesarrolladas y sus cabezas pequeñas”.
¿Y los otros?
El zoólogo les reimplantó a dos de ellos uno de sus propios testículos en la cavidad corporal, cerca de los intestinos. A los otros dos, les intercambió los testículos, poniéndoles los de uno en el cuerpo del otro y viceversa.
No hizo ninguna diferencia.
Los cuatro pollos se desarrollaron como “aves de corral sin castrar, normales: cantaban lujuriosamente, a menudo peleaban, reaccionaban como es usual ante las gallinas, sus crestas y barbas se desarrollaron normalmente”.
Cuando los volvió a operar, Berthold notó que los testículos se habían acoplado bien al interior del cuerpo pero que no estaban produciendo esperma.
Concluyo que tenía que ser otra cosa lo que preservaba la “masculinidad” de los gallos.
Sin saberlo, Berthold se había topado tanto con la ciencia de las hormonas -endocrinología- y con la idea de una hormona masculina: la testosterona.
Y había dado a luz a la idea de encontrar un “elixir de masculinidad” que nos sigue acompañando.
“Agente masculinizador”
La importancia del experimento de Arnole Berthold no se notó inmediatamente.
Pero a lo largo del siglo XIX, la teoría hormonal empezó a ser aceptada y, al mismo tiempo, fue creciendo el interés en aislar ese “agente masculinizador”.
Durante mucho tiempo se había creído que era la esperma la que le daba a los hombres esos poderes.
En 1869, el fisiólogo y neurólogo mauriciano Charles-Édouard Brown-Séquard dictó una conferencia en la Escuela Médica de París en la que declaró:
De ser posible inyectar semen en las venas de hombres viejos sin correr riesgos, obtendríamos la regeneración intelectual y de los poderes físicos”
Charles-Eduoard Brown-Séquard
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El fisiólogo compartía la opinión, común en esa época, de que al masturbarse los hombre perdían esa energía seminal vital y como consecuencia se enfermaba y debilitaba.
Quizás, pensó Brown-Séquard, se podía aislar lo que sea que estaban en los testículos que producía la masculinización.
A medida que envejecía, la idea se hizo más apremiante, así que, durante un período de 15 días en 1889, cuando tenía 72 años, el científico se inyectó extracto de testículos de perros y conejillos de indias molidos.
Y, aseguró, los resultados fueron casi inmediatos y muy sorprendentes.
“El trabajo experimental en el laboratorio casi no me cansa ahora, para el asombro de mis asistentes”, aseguró. “Soy capaz de permanecer parado durante horas sin sentir la necesidad de sentarme”.
Y esa no era la única manifestación de su energía renovada. Midió la distancia que alcanzaba su chorro de orina y declaró que “la distancia promedio era un cuarto menor de la de ahora tras las dos primeras inyecciones”.
¿Qué estaba pasando?
En opinión de los expertos médicos de su época era un efecto placebo el que le dio a Brown-Séquard esa oleada de energía y los poderosos chorros de orina.
Y no se lo callaron.
Brown-Séquard había sido un médico muy respetado, pero su reputación estuvo al borde de la ruina cuando se puso a hablar de curas milagrosas.
Una revista médica alemana describió las aseveraciones de Brown-Séquard como “aberraciones seniles”.
Mientras que un escritor médico estadounidense declaró que la idea de un “tratamiento de rejuvenecimiento” era “tan antigua como la estupidez, tan maligna como la superstición, tan cruel como la barbarie; es falsa en sus premisas, falsa en su lógica, falsa en su conclusión”.
En Francia se burlaban de Brown-Séquard en canciones, chistes y caricaturas en los diarios que lo mostraban rodeado de mascotas, listo para castrarlas con su brillante bisturí.
El diario L’Evénement escribió: “Es sin duda el hombre del que más se han reído en la historia”.
De Zola a Pasteur
Ante tanta burla, el tratamiento de Brown-Séquard parecía destinado al olvido.
Todo lo contrario.
De hecho, al neurólogo mauriciano le llovieron pedidos de políticos, escritores, científicos y otros hombres de posición y edad avanzada, de los que se esperaría algo distinto.
Hubo reportes de que el novelista Émile Zola se inyectó los extractos testiculares de Brown-Séquard en 1887, cuando tenía 47 años y quería satisfacer a su amante veinteañera.
Y el inventor de la pasteurización también se contaba entre sus seguidores.
Cada vez dependo más de las inyecciones de Brown-Séquard y creo que tengo la prueba definitiva de su efectividad. Me he aplicado 18… y me apresto a aplicarme más”
Louis Pasteur
GETTY
El “fluido testicular” de Brown-Séquard se volvió tan popular que tuvo que contratar asistentes para que lo produjeran y limitar el suministro a sólo 1.200 doctores en Francia, lo cual es asombroso pues el consenso general entre los científicos en la actualidad es que lo que fuera que le estuviera inyectando a esos ancianos casi seguramente no tenía ningún efecto.
O casi ninguno: quizás les estuviera causando un leve choque anafiláctico, que ciertamente excita el sistema nervioso pero no de una manera muy masculina.
La esencia de hombre
Tras la muerte de Brown-Séquard, los charlatanes se tomaron el mercado de “la esencia de la masculinidad”.
En los años 20, el cirujano de origen ruso Serge Voronoff ofrecía un tratamiento en el que trasplantaba delgadas láminas de testículos de primates en hombres.
Así como el tratamiento original, el de “glándulas de micos” fue tan popular que quedó inmortalizado en la historia de Sherlock Holmes “Las aventuras del hombre que reptaba”, en la que el profesor Prestbury, de más de 60 años de edad que se va a casar con una mujer mucho más joven, exhibe comportamientos extraños, como caminar con manos y pies.
El detective descubre que que ha estado tomando extracto de glándulas de langur, preparados por “Lowenstein en Praga”.
En realidad, los extractos de langur de Voronoff no habrían sido más efectivos que las inyecciones de Brown-Séquard. Cualquier aumento de virilidad experimentada por pacientes era producto de la sugestión.
La testosterona no fue sintetizada sino hasta 1935, por lo que el bioquímico alemán Adolf Butenandt y el científico croata-suizo Leopold Ruzicka fueron galardonados con el premio Nobel de Química en 1939.
¿Entonces?
Todo esto plantea una serie de preguntas interesantes sobre la masculinidad y la testosterona.
Por eso, le pedimos al profesor emérito de neurociencia en la Universidad de Cambridge, Reino Unido, Joe Herberty, quien ha estudiado ampliamente la testosterona, que empezara por aclararnos cuál es su función.
“Comienza con una función muy simple: hacer posible que te reproduzcas”, precisa.
“En los años 60, en Estados Unidos, en unos extraños casos médicos a unas mujeres les quitaron tanto los ovarios como las glándulas suprarrenales. Los médicos notaron que perdieron el deseo sexual y que lo podían restaurar dándoles pequeñas cantidades de testosterona. De manera que se probó que es la impulsora principal del lívido”, añade.
“Pero en los hombres el efecto es masivo y empieza desde el vientre”, prosigue.
“A la edad de 10 semanas, un gen en el cromosoma Y hace los testículos y estos hacen testosterona y esa testosterona actúa en el cerebro y el efecto en el cerebro es de por vida. Así que al nacer, los bebés tienen un cerebro masculino que se activa en la pubertad”.
Arnold Berthold implantó testículos en los gallos que liberaron testosterona e hicieron que sus crestas crecieran y que fueran agresivos… ¿la hormona altera la conducta?
“Esencialmente, la testosterona activa el deseo sexual y hace posible que el macho sea fértil, pues sin testosterona no hay espermatozoides. Esa es la esencia. Pero para lograrlo -como los machos viven en una sociedad competitiva- los tiene que hacer agresivos, competitivos, sexy, fértiles…”.
Por otro lado, Brown-Séquard inyectó hombres con una sustancia que los hacía sentir más masculinos. ¿Hay algún chance de que el tratamiento de Brown-Séquard funcionara?
“Ninguno. Primero porque los testículos contienen muy poca testosterona. La producen y la liberan. Para que tuviera algún efecto, tendría que haberse comido kilos de testículos, así que no es más que un ejemplo maravilloso del efecto placebo”.
¿Cuáles diferencias entre los hombres y mujeres se justifican con las hormonas y cuántas son creaciones libres?
“Hay dos campos en este tema. Uno de ellos piensa que todo es cultural, como el famoso psicólogo de los años 60 John Money, quien tuvo un caso, también famoso, en el que uno de un par de mellizos perdió su pene y lo consultaron”.
“Money aconsejó que le quitaran los testículos, le hicieran una vagina, le pusieran un vestido rosa y sería una niña”.
“No fue así. Trataron, pero fue una niña muy infeliz y cuando creció volvió a ser hombre. De hecho, más tarde se suicidó”.
“Sabemos que la biología es importante por un evento extraordinario que ocurre rara vez y se llama síndrome de insensibilidad a los andrógenos”.
“Para entenderlo, hay que tener en cuenta que las hormonas necesitan un receptor que la detecta y la hace funcionar. Hay unos XY hombres tienen una mutación en el gen que hace la proteína receptora, así que aunque tienen testosterona en el cuerpo, este es totalmente insensible a ella”.
“Al nacer se ven, se sienten, son como mujeres. Son mujeres absolutamente normales, excepto que no tienen útero, no menstrúan, no pueden dar a luz. Pero psicológica, física y culturalmente mujeres”.
Sin embargo, comenta Herbert, hay algo interesante: la testosterona es altamente variable, “y ¿qué produce los cambios? Ser el agresor o el agredido”.
Pero lo curioso es la causa y efecto: si eres el macho alfa, es probable que tengas altos niveles de testosterona, y si eres el subyugado, bajos. Pero es posible que sean bajos porque vives subyugado, entonces que produces menos testosterona, en contraste con que sea el hecho de que tengas menos testosterona lo que te destina a ser subyugado.
En resumen, el género tiene algo que ver con la biología y algo que ver con la expectativa.
Está imbuido de cultura y sociedad.
Sus matices pueden refractarse por el estrés, alterados por las creencias, enfatizados por las reacciones de los demás.
Pero respecto a los efectos de la testosterona en el cerebro, Herbert nos dijo:
“No sabemos lo suficiente sobre el cerebro para saber con certeza qué efecto tiene la testosterona en él”.
Con información de bbc.com