- El asesinato de Shantall, Anthony y otros jóvenes, deja un dolor en familias de Veracruz.
- Piden familiares y conocidos que se reconozca que eran buenas personas
- Sus muertes “merecen una investigación” claman parientes
Texto y fotos por Itzel Loranca/blog.expediente.mz Para el Pinero de la Cuenca
Veracruz.- La caja de madera con los restos de Shantall Juárez Santillán, fue cobijada por la tenue luz del atardecer y la sombra de las ramas del árbol bajo el que fue sepultada. Una tarde serena de jueves, muy distinta del horror y la soledad del miércoles en que la encontraron junto con otras 10 personas sin vida en Boca del Río.
Esa madrugada del 1 de marzo hallaron su cuerpo abandonado sobre una calle de la colonia Tampiquera, junto a una camioneta blanca. Casi desnudo y con el rastro de la crueldad en la sangre que cubría su piel.
Como ella, otra mujer y nueve varones más que, a decir del gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes Linares, fueron ejecutados como resultado del enfrentamiento de delincuentes organizados. Un acto que no afecta a ciudadanos de bien, aseguró apenas un día después del hallazgo.
Sin embargo, se revelaría que ella y otro de los jóvenes hasta ahora identificados, no contaban con antecedentes penales.
Los dos, llevados por la fuerza por sujetos desconocidos mientras pasaban una noche de fiesta en el antro “Capezzio”, en la zona centro de la ciudad de Veracruz.
Sus vidas se cuentan entre las de una generación que ha sido arrancada por la violencia en Veracruz.
UNA SOLA MUERTE, TRES DESPEDIDAS
Así como la muerte llegó en la misma infame hora, la despedida también coincidió para tres de ellos.
Detrás de la camioneta de la funeraria que se introdujo en el camino de terracería del Panteón Municipal de Veracruz, un par de vehículos ingresaron al estacionamiento. De uno de ellos, un hombre de camisa blanca y lentes oscuros descendió, junto a una mujer y un par de jóvenes.
No había lloridos, ni gritos desgarradores. Pero sus rostros cargaban un pesar solo descriptible con el silencio del momento.
Apenas audibles, los “Gracias” del padre y la madre que aceptaban las condolencias de los señores y varias mujeres, algunas jóvenes, que desde hacía casi una hora aguardaban la llegada de Shantal.
Ella, madre de un bebé al que ya no vería crecer, arrebatada sin razón con violencia de sus padres, su hermana y amigas.
Por ella, desde las tres de la tarde, varias personas con cierta impaciencia, habían tomado asiento en alguna de la bancas de concreto. La expectación era compartida por otras mujeres y hombres que en el mismo lugar y a la misma hora, aguardaban diferentes funerales.
“¿No sabe a qué hora va a ser el entierro? Me dijeron que a las tres iban a traer a varios de los muchachos. Yo vengo por la muchacha, Shantal, es que es hija de un compañero de trabajo”, comentó una mujer a un par de jóvenes recargados en una de las paredes.
“A nosotros también nos dijeron a las tres, pero venimos por un muchacho, que tampoco ha llegado”, respondieron.
Para cuando el entierro de Shantall comenzó, casi fondo del cementerio, otro funeral ya había empezado.
Apenas unos metros cerca de la entrada, un grupo de hombres, mujeres y niños, lloraban inconsolablemente por Ángel González Rivera.
Con 30 años de edad, padre de dos niñas, había sido reportado como desaparecido desde el viernes 24 de febrero, mientras conducía un taxi con número económico 3883, marca Tsuru.
En su memoria, desde el principio y hasta el final de la ceremonia, sonaron aplausos y porras que eran llevadas por el viento como un rumor por todo el panteón.
Luego de casi media hora, uno a uno, los asistentes comenzaron a marcharse. Para cuando solo unos pocos quedaron en torno a la fosa, una camioneta blanca se estacionó a toda velocidad a unas lápidas de distancia.
Eran los amigos de Ángel, quienes habiendo bajado la hielera con cervezas que prepararon para el último adiós, encendieron el estéreo del auto, dejando que la música de banda sonara a todo volumen. Al compás de la tambora, el llanto continuó.
A la misma hora, en la discreción que otorga la sencillez, Hugo Malpica, otro de los jóvenes asesinados, era enterrado en el Panteón Particular Veracruzano. Solo su familia y un reducido grupo de amigos acompañaron el descenso del féretro a las profundidades de la tierra.
HONOR NO RECONOCIDO
Para el viernes, al Panteón Municipal de Veracruz llegaría otro cortejo fúnebre arrastrando la tristeza de una vida que fue cortada antes de tiempo. Se trataba de la familia y amigos de Anthony Vergara Capetillo.
El joven de 18 años era integrante del Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario en Veracruz y estudiaba la preparatoria.
Esta semana había decidido, como miles de personas, disfrutar del último de los desfiles del Carnaval de Veracruz, para después ir a bailar. Lo acompañaba su vecina y amiga Shantal.
Por él, decenas de personas, en su mayoría jóvenes acudieron a la funeraria desde la madrugada. Para las 11 del día, vecinos de su misma edad, compañeros de la prepa, y los jóvenes que junto con Anthony eran parte del Pentathlón, cada uno con una flor en la mano, abordaron un camión rentado para el momento.
Los padres del muchacho y personas cercanas, subieron a una camioneta roja. Todo, casi sin mediar palabra.
El viaje hacia el Panteón fue seguido por la prensa local. La familia de Anthony permitió la presencia de medios de comunicación durante unos momentos en el cementerio, para mostrar al mundo que el chico era una buena persona.
La inocencia del joven también ha sido defendida por el Tercer Oficial de “Los Pentas Atoyac AC”, Hugo Morales Alejo, en una carta que encontró espacio en internet.
“Vergara Capetillo era un joven bueno, estudioso, de barrio pobre, donde trataba ser ejemplo de otros chavos de barrio, de cómo salir adelante sin importar el origen y el entorno”.
El mensaje, expresa en negritas “No era delincuente” y prosigue exigiendo a las autoridades que su cruel muerte merezca una investigación.
“Al menos eso merece un joven bueno, morir con su honor reconocido”.
Casi en simultáneo, amigos de Anthony han dejado mensajes en su memoria, en la página que él tenía en la red social Facebook.
“Descansa en paz mi flako nunca te olvidaré flako serás mi angelito”, “Siempre te voy a recordar”, algunas de las palabras que jóvenes en edad de preparatoria, dedican al atleta.
Una generación que se pierde al fragor de las balas y la impunidad que la muerte goza en Veracruz.