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Un cadáver flotando en el río

El Piñero

Luis Velázquez | Expediente 2021
24 de julio de 2021

Un cadáver más flotó en un río de Veracruz. Fue en la bocana del río Actopan, allí donde fue asesinado el primer reportero en el tiempo de la 4T. Los operadores le calcularon unos 50 años de edad. Un tatuaje en el brazo. Un escapulario atado en la muñeca izquierda. Totalmente desnudo. Era el cadáver de un hombre desconocido.

Los ríos de Veracruz, de norte a sur y de este a oeste, arrastrando cadáveres.
Los ríos de la muerte.

Los ríos/fosarios, les llamaría el sacerdote de la Teología de la Liberación, José Alejandro Solalinde, siempre “en pie de guerra”.

A la orilla de los ríos, allí donde hay pueblos ribereños, familias viviendo, de pronto, en vez de que los hombres pesquen pescaditos para desayunar o comer, pescan cadáveres.

Los niños, acompañando a los padres, o jugando a los encantados, sorprendidos, atónitos, perplejos, cuando de pronto, ¡zas!, conocen la muerte.

El cadáver flotando.

El cadáver del río Actopan pertenece a un hombre desconocido, la vieja, antigua, milenaria, histórica estrategia de los malosos.

En un pueblo secuestran.
En otro pueblo, torturan y matan en casa de seguridad.
Y en el río de otro pueblo tiran el cadáver, digamos, quizá, quizá, quizá, para borrar pistas.

En todo caso, para que a la policía le resulte difícil, hazaña inaudita, insólita, identificarlo.
La mayor parte de cadáveres son de hombres.

También se han dado cadáveres de mujeres.
Más que la pesca de los pescadores, la pepena de los sicarios.

La fama pública de que cuando los malosos matan, cercenan y pozolean los cadáveres los tiran en los ríos para ser arrastrados por las agua fluviales y desaparecer todo rastro, toda pista, toda huella.

Los ríos de Veracruz habilitados como un cementerio navegante.
Pero al mismo tiempo, vaya paradoja, el escenario de Veracruz siembra y multiplica el miedo, el temor, el pánico, la pesadilla.

Cadáveres colgados de los puentes.
Cadáveres arrojados a orilla de carreteras.
Cadáveres tirados en medio de los cañaverales.
Cadáveres arrojados al fondo de los pozos artesianos de agua dados de baja.
Cadáveres decapitados y la cabeza abandonada en mesas de antros.
Cadáveres decapitados tirados sobre las vías del ferrocarril. El cuerpo por un lado y la cabeza a unos metros.
Cadáveres, y de mujeres, acuchillados, dejados en la habitación de un hotel.
La vida, una pesadilla.

VEINTE AÑOS DE BALAZOS

El arzobispo Hipólito Reyes Larios fue categórico y lacónico.
Desde hace veinte años, dijo, en Veracruz, secuestrados, desaparecidos, asesinados y fosas clandestinas.
Hay chicos, entonces, de veinte años de edad, y para abajo, que desde cuando nacieron únicamente han visto y conocido un paisaje sombrío y terrorífico en los días y años.
Quizá algunos, y sin ninguna duda, la muerte causando estragos en sus hogares y familias.
Acaso algunos con la misma suerte, infortunio y desventura.
Quizá ellos mismos secuestrados y dejados en libertad luego de varios días y cubierto rescate millonario.
Es la única vida que todos ellos han tenido durante veinte años.
Y lo peor, nada, absolutamente nada indica que los días y las noches puedan cambiar.
  El país, en llamas.
Por eso mismo, incluso, cada vez más libros periodísticos publicados sobre la violencia en México.
Y más filmes cinematográficos.
Incluso, hasta exhibidas en Cannes y con éxito.

LA MUERTE, COMPAÑERA DE VIDA


Un número incalculable de hogares lloran a un hijo, un hermano, un tío, un primo, secuestrado, desaparecido y asesinado.
Incluso, ninguna duda existe de que todas y cada una de las familias de Veracruz tienen un pariente, un amigo, un vecino, un conocido desaparecido y ejecutado.
“La muerte tiene permiso” intitularía Edmundo Valadés a una de sus novelas.
Los balazos, los tiroteos, el fuego cruzado, la sangre deslizándose en la mesa pública de los sacrificios, las palabras secuestros y desaparecidos y fosas clandestinas, forman parte de la vida cotidiana… y hasta de los niños.
Nunca como ahora, los niños jugando a los pistoleros y enmascarados basados en hechos reales y que, bueno, les habría tocado presenciar o escuchado en casa o con los vecinos y visto en los noticieros televisivos.
Es una nueva generación con traumas canijos, pues desde que nacieron hace veinte años (y apegándonos a la lógica del Arzobispo), la muerte es y ha sido la compañera más cercana.
Es más, los consultorios de sicólogos y terapeutas familiares estarán llenos de niños con traumas infernales.
Habrá niños, por ejemplo, que “aguanten vara” cuando jugando a la orilla del río descubran un cadáver flotando.
Pero habrá otros (ley de la vida) que sufran una impresión y les pegue en el corazón y las neuronas y en el estado de ánimo y en el comportamiento diario, al fin, naturaleza humana.
Veracruz huele a pólvora y sangre.
Por fortuna, los pescaditos tienen festín gastronómico picoteando los cadáveres… como los zopilotes que lo primero que arrancan en un cadáver son los ojos.

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