Luis Velázquez | Expediente 2021
12 de junio de 2021
Hacia el año 2030, dicen los geriatras, México será un país habitado por ancianos. Mejor dicho, por seniles y niños.
Pero también será la república de la desigualdad social, económica y médica para la población de la sexta, séptima, octava y novena década.
Por ejemplo:
La mayoría de las personas mayores está sin seguridad social; es decir, sin el derecho al Seguro Social e ISSSTE; ni tampoco el derecho a una pensión.
La mayoría de las pensiones son pobres y raquíticas. Apenas, apenitas, de unos tres y cuatro mil pesitos mensuales.
Más cuando una consulta médica cuesta entre 800 y 900 pesos.
Más cuando se trata de un especialista. Por ejemplo, el urólogo (9 de cada diez ancianos padecen de la próstata) cobra mil quinientos, mil seiscientos pesos por la consulta y el ultrasonido.
Y ni se diga el costo de las medicinas que suelen trascender los mil pesos y duran un mes.
Una cajita de Norvaz, de treinta pastillas, para la presión arterial, cuesta novecientos pesos.
Además, en el tiempo de la juventud, la vida se va en la cantina, el antro y el motel. Y el tiempo de la vejez oscila entre el consultorio médico, la farmacia, la sala quirúrgica y la iglesia pidiendo perdón por los pecados mortales y veniales cometidos.
Además, de los accidentes caseros, tan duros y rudos y fatídicos que son.
Peor, mucho peor, cuando el anciano padece Alzheimer, mal de Parkinson, cáncer y depresión.
Con todo, es el México que pronto, antes de que el gallito cante tres veces, estará aquí, en el país y la salud de los adultos mayores se volvería, quizá, un asunto de seguridad nacional.
Más, cuando el desempleo galopa como uno de los jinetes del Apocalipsis en el siglo XXI, sin ninguna posibilidad de ofertar trabajo y trabajo seguro y confiable y pagado con justicia laboral.
LA SOLEDAD DE ADENTRO Y DE AFUERA
Una película, El método Kominsky, con un envejecido Michael Douglas, el galán de finales del siglo XX y principios del XXI, trata, entre otros aspectos, de un par de ancianos, viudos, donde amigos que son, uno al otro se apoya para caminar en la vida.
Pero más todavía, para enfrentar la más terrible enfermedad de la vejez como es la soledad. La soledad de afuera y la soledad de adentro. La soledad externa y la interna.
Uno dice al otro:
–A tu edad no debes estar solo.
El otro responde:
–No estoy solo. Te tengo a ti.
El primero dice al segundo:
–Cada vez que asisto al velorio de un amigo siento que gano un concurso, porque él está muerto y yo sigo vivo.
El segundo refiere al primero:
–Asistir a un funeral es hacer vida social en la vejez.
Amigos, amigos “a prueba de bomba”, eso sí, “para apoyarse en las buenas y las malas”, más en la malas, tan frecuente en la vejez, descubren la siguiente verdad universal:
–En la vejez ya no importa el dinero ni tampoco el sexo. Importa tener una compañía.
La vida de un anciano, interpretado por Michael Douglas, es un infierno. Por la próstata.
En el día y la noche, las ganas de miccionar le ganan. Y siempre anda buscando un baño. Incluso, le gana en la calle y necesita correr a un lugar solitario o atrás de un árbol en un jardín para desalojar.
Peor tantito, porque micciona gotitas y la vejiga nunca se vacía.
Lo más indicativo y significativo para la amistad de ambos es que se tienen y se quieren y se cuidan, amigos que son.
Ningún tiempo de la vida es tan llevadero como cuando en la vejez se tiene un amigo. Alter ego, el otro yo, le llamaban en el siglo pasado.
EL PEOR DE LOS MUNDOS
Un país de ancianos, ancianos enfermos y sin seguridad social y con graves limitaciones económicas, los ancianos indígenas y campesinos y obreros, incluso, será el peor de los mundos.
Hay quienes, ancianos, por ejemplo, han convocado el entendimiento y la comprensión familiar para que cuando se vuelvan una carga de salud y económica y social para la familia, nada como la Eutanasia.
Y, claro, sin solicitar permiso a la autoridad… que por lo regular y en nombre de la ley, ajá, se pone roñosa y desde la silla embrujada del poder público y político “se rasga las vestiduras”.
Todo, porque las leyes de los hombres la han prohibido.
Por desventura, y en términos generales, en la vejez el ser humano se vuelve una sobrecarga demasiado pesada para la familia.
Más, mucho más, cuando se está enfermo y se padece una enfermedad incurable como, por ejemplo, el Alzheimer, el Parkinson, el cáncer, la próstata y la leucemia.
Entonces, se convierte en una tragedia familiar porque los hijos trabajan y con frecuencia porque el salario de los hijos es insuficiente para pagar, digamos, una enfermera y/o una persona que cuide al anciano.
O en todo caso, para pagar una pensión de ancianos y cuya tarifa mensual cada vez sube y sube fuera de control, considerando que la pensión en el asilo más baratita se cotiza hoy en unos doce mil pesos.
Incluso, nada más terrible para una parte de la familia que arrumbar al viejo en un asilo y en donde, de entrada, lo aceptan, pero siempre y cuando se valga por sí mismo.
El duro y dramático México de los ancianos está tocando a la puerta del Estado. Y de las familias.
Luis Velázquez | Expediente 2021
12 de junio de 2021
Hacia el año 2030, dicen los geriatras, México será un país habitado por ancianos. Mejor dicho, por seniles y niños.
Pero también será la república de la desigualdad social, económica y médica para la población de la sexta, séptima, octava y novena década.
Por ejemplo:
La mayoría de las personas mayores está sin seguridad social; es decir, sin el derecho al Seguro Social e ISSSTE; ni tampoco el derecho a una pensión.
La mayoría de las pensiones son pobres y raquíticas. Apenas, apenitas, de unos tres y cuatro mil pesitos mensuales.
Más cuando una consulta médica cuesta entre 800 y 900 pesos.
Más cuando se trata de un especialista. Por ejemplo, el urólogo (9 de cada diez ancianos padecen de la próstata) cobra mil quinientos, mil seiscientos pesos por la consulta y el ultrasonido.
Y ni se diga el costo de las medicinas que suelen trascender los mil pesos y duran un mes.
Una cajita de Norvaz, de treinta pastillas, para la presión arterial, cuesta novecientos pesos.
Además, en el tiempo de la juventud, la vida se va en la cantina, el antro y el motel. Y el tiempo de la vejez oscila entre el consultorio médico, la farmacia, la sala quirúrgica y la iglesia pidiendo perdón por los pecados mortales y veniales cometidos.
Además, de los accidentes caseros, tan duros y rudos y fatídicos que son.
Peor, mucho peor, cuando el anciano padece Alzheimer, mal de Parkinson, cáncer y depresión.
Con todo, es el México que pronto, antes de que el gallito cante tres veces, estará aquí, en el país y la salud de los adultos mayores se volvería, quizá, un asunto de seguridad nacional.
Más, cuando el desempleo galopa como uno de los jinetes del Apocalipsis en el siglo XXI, sin ninguna posibilidad de ofertar trabajo y trabajo seguro y confiable y pagado con justicia laboral.
LA SOLEDAD DE ADENTRO Y DE AFUERA
Una película, El método Kominsky, con un envejecido Michael Douglas, el galán de finales del siglo XX y principios del XXI, trata, entre otros aspectos, de un par de ancianos, viudos, donde amigos que son, uno al otro se apoya para caminar en la vida.
Pero más todavía, para enfrentar la más terrible enfermedad de la vejez como es la soledad. La soledad de afuera y la soledad de adentro. La soledad externa y la interna.
Uno dice al otro:
–A tu edad no debes estar solo.
El otro responde:
–No estoy solo. Te tengo a ti.
El primero dice al segundo:
–Cada vez que asisto al velorio de un amigo siento que gano un concurso, porque él está muerto y yo sigo vivo.
El segundo refiere al primero:
–Asistir a un funeral es hacer vida social en la vejez.
Amigos, amigos “a prueba de bomba”, eso sí, “para apoyarse en las buenas y las malas”, más en la malas, tan frecuente en la vejez, descubren la siguiente verdad universal:
–En la vejez ya no importa el dinero ni tampoco el sexo. Importa tener una compañía.
La vida de un anciano, interpretado por Michael Douglas, es un infierno. Por la próstata.
En el día y la noche, las ganas de miccionar le ganan. Y siempre anda buscando un baño. Incluso, le gana en la calle y necesita correr a un lugar solitario o atrás de un árbol en un jardín para desalojar.
Peor tantito, porque micciona gotitas y la vejiga nunca se vacía.
Lo más indicativo y significativo para la amistad de ambos es que se tienen y se quieren y se cuidan, amigos que son.
Ningún tiempo de la vida es tan llevadero como cuando en la vejez se tiene un amigo. Alter ego, el otro yo, le llamaban en el siglo pasado.
EL PEOR DE LOS MUNDOS
Un país de ancianos, ancianos enfermos y sin seguridad social y con graves limitaciones económicas, los ancianos indígenas y campesinos y obreros, incluso, será el peor de los mundos.
Hay quienes, ancianos, por ejemplo, han convocado el entendimiento y la comprensión familiar para que cuando se vuelvan una carga de salud y económica y social para la familia, nada como la Eutanasia.
Y, claro, sin solicitar permiso a la autoridad… que por lo regular y en nombre de la ley, ajá, se pone roñosa y desde la silla embrujada del poder público y político “se rasga las vestiduras”.
Todo, porque las leyes de los hombres la han prohibido.
Por desventura, y en términos generales, en la vejez el ser humano se vuelve una sobrecarga demasiado pesada para la familia.
Más, mucho más, cuando se está enfermo y se padece una enfermedad incurable como, por ejemplo, el Alzheimer, el Parkinson, el cáncer, la próstata y la leucemia.
Entonces, se convierte en una tragedia familiar porque los hijos trabajan y con frecuencia porque el salario de los hijos es insuficiente para pagar, digamos, una enfermera y/o una persona que cuide al anciano.
O en todo caso, para pagar una pensión de ancianos y cuya tarifa mensual cada vez sube y sube fuera de control, considerando que la pensión en el asilo más baratita se cotiza hoy en unos doce mil pesos.
Incluso, nada más terrible para una parte de la familia que arrumbar al viejo en un asilo y en donde, de entrada, lo aceptan, pero siempre y cuando se valga por sí mismo.
El duro y dramático México de los ancianos está tocando a la puerta del Estado. Y de las familias.