Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- UNO. El político mesurado
En los días revolcados y turbulentos que vivimos y padecemos, ¡cómo hace falta Juan Maldonado Pereda!
Era un político reposado, mesurado y reflexivo.
Nunca gritó a los demás, ni siquiera, vaya, a sus colaboradores, menos a la población.
Jamás se impuso a través del autoritarismo.
Nunca utilizó la represión como estilo personal de ejercer el poder y gobernar.
Jamás se corrompió.
Nunca se ocupó ni preocupó por los bienes materiales.
Era un hombre sereno, incluso, en medio de los vendavales siempre apostando al diálogo y al diálogo reflexivo, documentado con argumentos, con hechos, con pruebas, con circunstancias y evidencias.
Alguna vez, por ejemplo, lo intrigaron con don Rafael Murillo Vidal, su jefe y amigo.
Primero fue cuando duró sólo tres días como rector de la Universidad Veracruzana.
Luego, cuando la famosa frase bíblica de Jesús Reyes Heroles, aquella de “Yo como veracruzano no he votado por (Manuel) Carbonell” (de la Hoz)… y de lo que lo inculparon como autor intelectual.
Atrás de ambos operativos estuvieron Mario Vargas Saldaña y Manuel Carbonell, uno y otro peleando en el carril político por la candidatura a gobernador.
Y durante tres meses, Murillo Vidal congeló a Juan Maldonado, entonces, presidente municipal de Veracruz.
Y nunca le abrió la puerta para escuchar su punto de vista sobre los hechos, y en donde, nada había tenido que ver.
Entonces, lleno de prudencia, le escribió y envió una carta larguísima como de tres cuartillas, escrita a mano, meditada en cada frase y en cada párrafo, explicando las circunstancias.
Mucho tiempo tardó Murillo Vidal para, digamos, otorgarle el perdón, cuando “las cosas cayeron por su propio peso”.
DOS. Siempre, agotar el diálogo
Héctor Yunes Landa fue su compañero en la Cámara de Diputados.
El senador, entonces, muy joven, dice que en el Congreso de la Unión (ahora, integrado por 500 diputados federales) nadie escucha al colega que sube a la tribuna parlamentaria.
Quizá, sus propios compañeros. Y/o el jefe de su bancada para dar seguimiento.
Y cuando Juan Maldonado era anunciado como orador en turno, entonces, conforme se levantaba de su curul y caminaba al presídium, el silencio se iba imponiendo como un murmullo silencioso.
Y desde cuando Maldonado iniciaba su discurso legislativo hasta la última frase, todos los diputados lo escuchaban con respeto y admiración.
“Se imponía a través de la palabra” dice Yunes Landa.
Y en forma alterna, siempre el diálogo, la fuerza de la razón, en ningún momento la razón de la fuerza.
Alguna vez, y ante un problema social, se encerró con las partes (3, 4, 5 horas, etcétera, más sus equipos y sus huestes populares) a dirimir una solución.
Y las pasiones estaban tan desbocadas que demoraron ocho horas ininterrumpidas en la encerrona.
Y hacia el final, la luz salomónica, todos contentos, sonriendo, felices, con la habilidad de don Juan para encontrar puntos de referencia y de acuerdos.
TRES. Serenidad franciscana
Se daba tiempo para todo. Desde para la reunión familiar llena de cariño, gozando cada instante con los hijos, hasta la vida amical y la vida pública.
Era un lector inagotable. En ocasiones leía dos, tres libros por semana. Y siempre anotaba ideas, datos, fechas, historias, frases, en un cuaderno, para luego reflexionar.
Dueño de una memoria prodigiosa, cada lectura de un libro le permitía agigantar su mirada social y le servía, incluso, para ser mejor persona, pero más aún, mejor político.
Los libros le permitían contar anécdotas en la vida pública que llevaba y que le permitían ganarse el respeto y el asombro por las historias contadas.
Y a partir de ahí pasaba a la negociación.
Nunca, se insiste, un grito, una amenaza, una intimidación, un acoso, un hostigamiento, una represión.
Siempre, siempre, siempre el diálogo, multiplicado con la serenidad y la paciencia franciscana.
CUATRO. Político sin rencores
Nunca el rencor, el resentimiento o el odio en su vida.
Seguía para adelante. Mirando de frente. Sin voltear a los lados a escuchar el cántico de las sirenas.
En tres ocasiones tuvo la oportunidad de ser candidato a gobernador.
La primera, con su amigo Patricio Chirinos Calero, pero Miguel Ángel Yunes Linares era el preferido y quien falló en el intento, tiempo aquel cuando el PRI tuvo su primera gran derrota con 107 presidencias municipales perdidas en una elección.
La segunda ocasión, con su otro amigo, Luis Donaldo Colosio, de quien fue delegado del CEN del PRI en Ciudad Juárez; pero perdió la oportunidad cuando asesinaron al candidato presidencial.
CINCO. Grandeza política y moral
Y la tercera y última ocasión con su otro amigo, Miguel Alemán Velasco, quien, primero, lo alentó, y luego lo dejó fuera, así nomás, excluido, por sus pistolas en aquella aún vigente cultura del dedazo.
Un día, en la víspera del destape, Alemán lo invitó a viajar en el avión oficial a la Ciudad de México.
Y a miles de kilómetros de altura le dijo que al día siguiente Fidel Herrera Beltrán sería destapado candidato y le pedía se sumara.
–¿Por qué él? le preguntó Juan.
Luego de un silencio Alemán contestó:
–Porque iba muy adelantado.
Después de otro silencio, Juan le reviró:
–Yo te pedí permiso para moverme. Y me dijiste que me esperara. Y esperé. Pero Fidel siguió moviéndose y con tu permiso.
Y luego de otro silencio, silencio ríspido, Alemán dijo:
–Pues sí. Pero va delante de todos.
El resto del viaje fue en silencio. Silencio fatídico.
Los dos amigos, Alemán y Maldonado, estaban conscientes de que aquel momento era el último en que ellos se verían como amigos.
Nunca más volvieron a reunirse.
Juan terminó su tiempo como secretario de Educación y jamás una palabra cruzó con su jefe, el gobernador.
Y, no obstante, nunca Maldonado se desquitó. Ni se fue a la oposición. No tomó venganza.
Su grandeza moral estaba por encima de tales pasiones desbocadas.
Un día, tiempo después, ya retirado, dijo:
“En política nunca llega el mejor sino el que más conviene”.
Un político reposado, sereno, prudente, paciente, reflexivo.
¡Como hace falta en estas horas revolcadas!