Escenarios
Luis Velázquez
Veracruz.- Uno. Doctora humanista
Hay en Veracruz una doctora, oftalmóloga, fuera de serie. Es la encarnación del humanismo. Solidaria. Generosa. Afectiva. Cariñosa, hace sentir al paciente como uno más de su familia. Y entonces la cura es milagrosa. Llega sola.
Si un enfermo llega a su consultorio médico de capa caída, con el ánimo en la lona, cuando sale del despacho es otro. Lleno de vida. Optimista.
Desde hace muchos años trabaja en el Seguro Social, donde cada semana efectúa unas diez operaciones de los ojos. Los enfermos salen del hospital queriéndola.
También tiene su consultorio. Y cada semana también aplica otras operaciones.
Se asoció con una de sus hermanas y tienen una óptica.
Y ella, por lo pronto, ha cerrado el círculo médico.
Se llama Rosa Rivera Domínguez. Con grandes, heroicos esfuerzos, estudió la carrera de Medicina en la Universidad Veracruzana.
Y desde un principio buscó siempre espacios en el hospital público para enriquecer la teoría con la práctica, consciente y segura de que nunca podrá existir teoría sin práctica y práctica sin teoría.
Y sin entrar en competencia con ningún otro médico de los ojos, ella sólo está en competencia consigo mismo.
Y por eso se va abriendo espacio con su entrega total y absoluta a los pacientes, con la frescura de cada día que inicia.
Un amigo, Héctor Fuentes Valdés, anduvo por ahí con otros médicos para una operación de los ojos. Y nunca se animó con tres de ellos.
De pronto, apareció la doctora Rosa Rivera. Y de inmediato le ganó la sencillez y la delicadez en el trato, pero también las muestras de eficiencia.
Más aún, cuando mientras otros doctores suelen cobrar “las perlas de la virgen” por una operación de cataratas o carnosidad, por ejemplo, ella reduce a lo máximo sus honorarios y cobra mucho menos.
Y, quizá, con más eficacia y mejores resultados.
Todavía más: cuando ella percibe el nivel social del paciente opera de gratis y solicita al paciente que sólo cubra los honorarios del hospital.
Ella honra la profesión. Su ética es tan grande como su humanismo.
Dos. Once hermanos unidos
Ella es hija, como se dice por ahí, “de la gran cultura del esfuerzo”.
Son once hermanos que lucharon juntos, unidos, ejemplarmente unidos, y que migraron de su pueblo para asentarse en el puerto jarocho.
Y todos, juntos, a empujar la carreta.
Su vida era así: vivían en un solo cuartito tamaño Infonavit que era todo.
Daban un paso y estaban en la sala. Daban otro paso y estaban en la cocina. Daban otro paso y estaban en la recámara.
Así fueron levantando expectativas sobre su presente y futuro y como en el relato bíblico de León Felipe, “todos llegaron juntos y a tiempo”.
Lo más insólito y maravilloso es que son once hermanos y todos se llevan muy bien.
Incluso, conservan un alto sentido del humor para hacer la vida mucho más agradable.
Ella, entonces, conoció desde sus orígenes, igual que sus hermanos, las grandes limitaciones.
Y por eso mismo, quizá, además de sus cualidades y atributos, la doctora es cien por ciento generosa y solidaria.
Sencilla. Sin alardes protagónicos ni menos, mucho menos, frivolidades.
A diferencia de otros médicos, por ejemplo, que dan el celular para hablarles en caso de una emergencia y nunca, jamás, contestan, ella siempre responde. Luego enseguida. Y si por equis razón está ocupada, entonces, envía un mensajito diciendo que en un ratito se reportará.
El enfermo, entonces, se cura. Por eso, incluso, la leyenda bíblica: “Una palabra tuya… bastará para sanar mi alma”.
Tres. Respeto y admiración
Un día, en el edificio con despachos médicos donde labora, contrataron a un vigilante, padre de tres chicos, divorciado.
Al mes, el vigilante fue asaltado para robarle los únicos treinta pesos que llevaba para el autobús urbano y para una torta.
Perdió el ojo izquierdo.
Y luego enseguida la doctora se ocupó del caso y lo operó y lo operó de gratis y todavía lo apoyó con el ojo sustituto.
El hombre aquel la bendice todos los días porque nació a una nueva vida, como de seguro existirán decenas, cientos de pacientes que también le vivirán agradecidos.
Su vida gira alrededor de su familia, su mamá, sus hermanos (tiene, además, cuarenta sobrinos), el Seguro Social y el consultorio.
Su padre ya murió y siempre lo recuerda con cariño. Además, con una sonrisa, porque tenía el don privilegiado de la chispa y hacía reír lleno de ocurrencias geniales.
Joven, casada, madre de tres hijos, la doctora Rosa Rivera es una historia ejemplar que despierta respeto y admiración.