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Vecinos jarochos se encargan de su seguridad

Staff El Piñero

Texto y fotografías por Itzel Loranca 

blog.expediente.mx

  Una sacudida violenta arrebató la confianza y tranquilidad de las familias que viven en el fraccionamiento Villa Rica 1, de la ciudad de Veracruz. La balacera de más de tres horas ocurrida en sus calles acabó con la sensación de seguridad que era procurada no por las autoridades, sino por los propios vecinos.

La pertenencia a redes a través del teléfono celular y el trato cara a cara entre habitantes, poco hicieron por evitar que la violencia los alcanzara la madrugada del martes 28 de febrero.

A la luz del día, el hecho es un comentario obligado entre hombres y mujeres a través del WhatsApp, en la pollería y la tiendita de abarrotes. El transcurrir de las horas atrae a curiosos al sitio que fue acordonado por la Secretaría de Marina (SEMAR).

Más allá de la cinta amarilla, el boquete que armas de fuego dejaron junto a la puerta de la vivienda 800 de la calle Virreyes. Los agujeros de las balas también alcanzaron la casa blanca contigua y la parroquia “Beato Ángel Darío Acosta Zurita”

Algunos no resisten las ganas e introducen su dedo en uno de los huecos del muro de la iglesia. Otros se sienten satisfechos con solo observar desde la banqueta lo que quedó del enfrentamiento. Hablan de dos personas muertas, entre ellas una señora. Otros, dicen que murieron dos jóvenes “de los malos”. Comentan que hay un marino herido.

Nadie tiene certeza de qué ocurrió. Ninguna autoridad ha informado nada al respecto. Tampoco les han ofrecido garantías de seguridad.

 

“YA PUEDE SALIR”

 

Nadie pudo dormir en el fraccionamiento Villa Rica 1, después de la una de la mañana.

Yolanda, su hijo y su comadre, ni siquiera pudieron regresar a sus casas. Tuvieron que permanecer encerrados en la tienda de abarrotes que administran, sobre la calle Amparo de la Torre de Pazos.

Por ser época de Carnaval habían decido cerrar hasta las dos de la mañana, pero al escuchar los primeros balazos, cerraron las cortinas de metal con ellos dentro. Sin ninguna rendija por la cual observar lo que acontecía, permanecieron sumidos en la oscuridad, hasta las tres y media de la mañana.

El hijo adolescente de Yolanda cuenta que el sonido de los disparos era errático, pausado, hasta que para las dos de la mañana, con la llegada de las patrullas de la SEMAR, las detonaciones se volvieron constantes. El chico contó hasta cinco estallidos, que describió como “granadazos”.

Luego, fue el sonido de las aspas de los helicópteros, casi a ras de los tejados. Repentinamente, como inició, el movimiento en las calles cesó.

Cuando habían pasado 15 minutos de total silencio, Yolanda decidió abrir la puerta de la tienda. Con temor salió y avanzó unos cuantos pasos hacia la esquina. Una patrulla de la Marina estaba cerca.

“Ya puede salir. Usted váyase tranquila”, recordó que le dijo uno de los marinos. Partió hacia su casa, a intentar dormir.

Para las ocho de la mañana, puntual, abrió la tienda, pensando que no tendría clientes ese día. “La gente ha venido normal, hasta un poco más”, dice, mientras se marcha hacia el mostrador. Antes de continuar su rutina, apunta hacia una casa verde, a dos cuadras de distancia.

“Ahí, hacia adentro todavía están los marinos, no dejan pasar casi. Ahí fue todo”.

 

PATRULLAJE NO HAY

 

Luego de varias horas de peritaje y resguardo de la zona del enfrentamiento, elementos de la Marina se marcharon alrededor de las tres de la tarde del fraccionamiento Villa Rica 1, dejando a los vecinos a su suerte.

Saben que tras marcharse los vehículos oficiales, ninguna patrulla de ninguna corporación de seguridad, recorrerá las calles de esa zona ubicada en la parte norte de la ciudad.

Las lonas de “Vecinos vigilantes” o “Alarma vecinal”, que advierten a malhechores a atenerse a las consecuencias, son varias, en las casas y tiendas del fraccionamiento cercano a la carretera Veracruz-Cardel.

Las redes vecinales a través del Whats App y el intercambio de números telefónicos entre los habitantes de cada calle, se han convertido en el único mecanismo de seguridad que poseen las familias del sitio.

“Patrullaje no hay, apenas y se llegan a meter dos o tres veces al mes, o si acaso los he visto patrullar Camino Real, pero patrullaje no hay casi”, menciona Esteban, quien comenta que todos sus vecinos viven con temor, pues en la zona se han encontrado casas de seguridad y los asaltos son frecuentes.

“Se metían mucho a las casas en el 2014, entonces los vecinos se empezaban a unir porque la problemática era muy grande y las autoridades no hacían nada”, añade Esteban, comentando que cerca del 20 por ciento de las calles no tienen luz, lo que contribuye a la inseguridad.

Tras los rumores de saqueos y vandalismo llegando a las colonias de la parte norte del municipio, el siete de enero de este año, todos los vecinos salieron de sus casas con palas, machetes y tubos, instalando barricadas en las calles.

Desde ese entonces, a decir de Esteban, la unión entre vecinos creció.

El 17 de enero pasado la unidad entre habitantes permitió detener a una mujer que se quiso robar a una niña, en la sección privada del fraccionamiento. Luego de detenerla, avisaron a las autoridades.

La policía estatal apareció solo tras horas de reportes al número de emergencias.

Vecinos desconocidos

Carla recuerda que mantuvieron las luces apagadas desde la una de la mañana con 20 minutos, y hasta veinte minutos antes de las cuatro de la mañana.

Solo la luz del teléfono celular, iluminaba la oscuridad, con cada mensaje enviado por los vecinos a los grupos de WhatsApp. Imágenes tomadas detrás de las ventanas o audios en que se escuchaban detonaciones y las aspas de helicópteros.

Acababa de cerrar su negocio de antojitos junto con su marido, a la medianoche y se disponían a dormir cuando escuchó “como si clavaran” afuera de la puerta de su local, ubicado en el primer nivel de su vivienda. “Se oía más cerca, cerca y le dije “Son balazos”, entonces subimos y aquí nos quedamos”.

Decidió abrir su casa y su negocio hasta las 11 de la mañana, tres horas después de lo acostumbrado. Solo hasta ese momento se sintió segura. Carla expresa que en las calles, el ir y venir de los vecinos fue normal. Sin embargo, prevalece una sensación de desconfianza.

Aunque ha consultado noticieros, periódicos y hasta las redes sociales, no ha encontrado ninguna declaración de parte de las autoridades que explique qué ocurrió la madrugada del 28 de febrero.

“Por supuesto que me gustaría saber, porque uno vive cerca esta situación. Ya no sabe uno con quién vive, a quién tiene de vecinos”, dice.

A solo una cuadra, un grupo de habitantes ronda la casa que permanece custodiada por cintas amarillas, cerrada por sellos adhesivos.

“Hasta dejaron la ropa tendida”, menciona uno de los hombres, señalando la prenda color blanco que se sacude al viento, del otro lado de la pared horadada por las balas. Junto a él, Carmen, otra de las vecinas, recalca que en esa casa estaban “los malos”.

Menciona nunca haberlos visto. Solo observó el cambio que “de la noche a la mañana” sufrió la vivienda. Recuerda que había un letrero, “Peluqueamos a su mascota”, en la reja blanca que tenía la construcción.

Sin embargo, hace menos de un mes, los barrotes fueron reemplazados por un muro de concreto; las paredes dejaron de ser verde limón y adoptaron un color verde oscuro; en el techo, botellas rotas de vidrio fueron colocadas como protección en el techo.

“Piensa uno que está seguro en su cuadra, en su colonia y no es así. Llega gente a vivir a una casa y no sabes quién es”, expresa Josefina, otra de las mujeres.

Después de la balacera, ya se están organizando para instalar alarmas y videocámaras en el fraccionamiento, ante el temor y la desconfianza que dejó la violencia, a unas cuadras de sus hogares.

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