Luis Velázquez /Escenarios
15 de julio de 2019
UNO. La vida difícil de una cortesana
Ningún empleo para llevar el itacate y la torta a casa es más terrible, azaroso y difícil que el de las trabajadoras sexuales.
De entrada ha de establecerse una realidad universal: ninguna mujer vende su cuerpo por gusto. Lo vende por necesidad y hambre.
Y es que, además, cuando la jornada laboral es de 8 horas, ellas laboran mucho más. Ya sea en el prostíbulo, el centro nocturno, la casa de citas, en el departamento, la calle.
En la calle, se entiende, donde más están expuestas, tanto a la violencia de los proxenetas como de la policía y de los borrachos.
En la película “María Magdalena”, de Netflix, por ejemplo, la llamada “Apóstol de los apóstoles”, es refundida por su esposo machista y la esposa de Herodes en un burdel.
Y el mismo dueño del prostíbulo la ofrece con insistencia para la mayor parte de la clientela.
Y como vive en una casa, digamos, de citas, en las afueras del pueblo, entonces, es obligada a practicar el sexo día y noche en jornadas infernales y dantescas.
Un libro, “Las guerreras de la noche” de la investigadora Patricia Ponce las enaltece, luego de un trabajo de campo con todas ellas, y en donde la maestra concluye que Veracruz es el productor y exportador número uno del país en cortesanas.
DOS. Un viaje al infierno
Grave, gravísimo, indicativo, que Veracruz, un estado pródigo en recursos naturales, esté habitado por 6 de los 8 millones de habitantes en la pobreza y la miseria.
Pero más aún, que parte sustancial de las mujeres trabajen de mesalinas, primero, por el desempleo y el subempleo, segundo, por la pobreza en la oferta laboral, y tercero, por los salarios de hambre en las oficinas públicas y privadas.
Y más, cuando de por medio hay hijos menores y padres ancianos.
Y es que así como todos los días los burócratas llegan, por ejemplo, a la oficina, checan tarjeta y trabajan durante ocho horas ininterrumpidas, ta´canijo que una trabajadora sexual todos los días vaya a su centro de empleo para hacer el sexo con un número indeterminado de hombres a cambio de un pago.
Pero, además, exponerse a hacer el sexo con todo tipo de hombres. Jóvenes, maduros y ancianos. Flacos y gordos. Feos y guapos. Corrientes, vulgares y leídos. Respetuosos y groseros y abusivos. Borrachos y sobrios. Pacíficos y violentos.
Para una cortesana, todos los días, ir a su fuente de empleo es un viaje al rincón más arrinconado del infierno.
TRES. Mesalinas de 70 años
Hay niveles sociales y económicos.
Las chicas, por ejemplo, de las casas de cita, las chicas VIP, suelen cobrar unos 5 mil pesitos por una sesión sexual de unas 3 horas.
Incluso hasta reciben un trato deferencial como buenas mesalinas que son en la fama pública.
Quizá a las chicas de los prostíbulos donde hay música les va un poquito pesado pues la jornada laboral inicia hacia las 9 de la noche y suele terminar, más los fines de semana, a las 5, 6 de la mañana.
En contraparte, las trabajadoras sexuales en las calles enfrentan el peor infierno.
Todavía peor: suelen darse ocasiones en que al lado de mujeres de unos 30, 40 años de edad, hay mujeres de hasta 70 años de edad ofreciendo su cuerpo.
Y en ocasiones lo dicen con la sinceridad plena:
“Tengo 70 años de edad y tengo 50 de prostituta. Dame la oportunidad de demostrarte con mi boca mis años de experiencia”.
El peor fracaso de la política económica suele medirse con tantas mujeres trabajando en la prostitución para llevar el itacate a casa.