Escenarios
Luis Velázquez
16 de julio de 2019
UNO. La familia, pulverizada
Igual que la humedad, la desintegración familiar sigue causando demasiados estragos de manera silenciosa. Cada vez, más pleitos conyugales. Y más divorcios. Y peor aún, de parejas jóvenes. Cada vez, más hijos abandonados. Cada vez, más mujeres y hombres en la soledad, el peor de los males.
Nadie, parece, lleva la estadística. Quizá el dato lo tengan el INEGI y el CONEVAL. Pero dado que Veracruz ocupa los primeros lugares nacionales en cáncer de mama, Sida y embarazos de adolescentes, también lideraría el ranking de divorcios en el país.
Vidas, claro, frustradas. Ene número de hijos, desde recién nacidos hasta jóvenes, que sufren lo indecible con la separación de los padres.
Y es que las diferencias entre la expareja inciden y avasallan con los hijos. Te quedas conmigo o con tu papá es la primera pelea. La segunda viene cuando la ex pareja discute y ante el juez los números de fines de semana de los hijos con los padres. Y la tercera, la peor, cuando la madre y el padre continúan peleando, digamos, para ganar el cariño del hijo y en la rebatinga hablan pestes de la ex pareja.
Los hijos, en el centro del ring sin saber el paso siguiente.
Lástima: ninguna escuela en el mundo existe para enseñar a ser padres. Y padres,
Y cada parte actúa de acuerdo con su experiencia, pero también, según el estado de ánimo, en la mayor parte de las ocasiones, con el hígado y hasta el sexo por delante, sin escuchar a las neuronas.
DOS. Agarrándose a trompadas con la vida
Una jarocha de unos 20 años casó con otro jarocho de 30 años. Y se fueron a vivir en el norte del país. Y luego de 4, 5 años, dos hijas de por medio, se divorciaron. El hombre, un flojo. La mujer, agarrándose a trompadas todos los días con la vida para llevar el itacate y la torta a casa.
Pero se hartó.
Entonces migró del norte del país al sur, nunca regresó a la ciudad de Veracruz. Quiso perderse con las hijas en el país. Lejos del ex marido. Lejos de su familia. Empezar de nuevo en cero y con el acelerador metido hasta el fondo.
Quemó sus naves en el norte. Vendió todo lo que pudo. Y con el dinerito, agarró los tiliches de ella y las niñas y se perdió. Parece anduvo por Oaxaca o Chiapas.
Pero le fue mal. Por una sencilla razón: es muy difícil salir adelante así nomás, y más, cargando con un par de niñas.
Vivió de milagro uno, dos años. Y solo le quedó el regreso a casa de los padres.
Y a empezar de nuevo, primero, para reconstruir la vida de las niñas, y segundo, para buscar un trabajo, luego de dejar inconclusa la carrera de Ingeniería.
TRES. Seguir empujando la carreta…
La primera realidad adversa que enfrentó fueron los salarios de hambre. La segunda, el sueldo insuficiente para lo elemental, la comida de las hijas. La tercera, pagar un sueldito a una niñera, pues sus padres ancianos son.
En el trabajo sintió una lucecita prendida en el largo y extenso túnel en que viajaba. Se conoció y re/conoció en un compañero de trabajo. Soñó. Soñaron. Se juntaron. Le puso una casita. Se fue a vivir con él y las niñas.
Pero los celos causaron estragos en la relación. El hombre vivía atrapado y sin salida en el pasado de ella. Y terminaron separados.
Ahora, ella ha jurado nunca más una relación amorosa. Y centrarse en sus hijas de 4 y 5 años. Y ni modo, a seguir empujando la carreta sin vislumbrar el destino final, a ver qué sale…