Redacción El Piñero
Veracruz, México.- Zongolica, ese rincón montañoso de Veracruz donde el tiempo parece detenerse entre las neblinas, se vistió con la protesta de los olvidados, los que por tanto tiempo han sentido la sombra acechante de la corrupción policial.
Las calles de este pueblo se llenaron de voces clamando justicia, de corazones heridos que no pudieron seguir soportando el peso de los abusos perpetrados por aquellos que deberían ser los guardianes de la ley. Aproximadamente cien almas valientes dejaron claro que no están dispuestos a soportar un día más la opresión a manos de la Policía Estatal y Municipal.
“No a la extorsión ni a la intimidación”, gritaban con fuerza, como si cada palabra fuera un latigazo que liberaba la rabia acumulada. “Fuera SSP”, exigían con determinación, y “Fuera la corrupción con la Policía Estatal”, era el grito unánime que traspasaba las almas de los presentes.
El líder del transporte mixto rural en Zongolica, Adán Sandokan Hernández Vallejo, tomó el micrófono y se convirtió en la voz de los sin voz. Con valentía, señaló la podredumbre que se había infiltrado en las fuerzas del orden. En esta tierra de contrastes, donde la belleza natural choca con la fealdad de la corrupción, se estaban cometiendo actos atroces.
“Aquí en Zongolica, se meten con la población”, denunció con la pasión de un profeta moderno. “Detenciones ilícitas, revisiones ilegales, daño a las unidades y el uso de ácido para borrar los números de identificación”, reveló con un tono de indignación que perforaba los oídos. Dos a tres casos por semana, el daño constante, la gota que horada la roca. “Si no hay respuesta en esta reunión, tomaremos otras medidas”, advirtió, y el aire se llenó de una tensión palpable.
En la reunión con el alcalde Benito Aguas y el personal de Asuntos Internos de la Secretaría de Seguridad Pública, la desconfianza en las autoridades y las corporaciones se hizo evidente. Los ciudadanos hablaron con una franqueza que dejaba al descubierto la cicatriz de años de agravios. “Algunos delegados le pasan la charola a sus elementos”, acusaron, una práctica corrupta que no solo despoja al ciudadano, sino que también roba al Estado.
Los retenes, esos pretendidos guardianes de la seguridad, no eran más que excusas para alimentar los bolsillos de los funcionarios. No se daba un recibo, no había rastro de transparencia. La corrupción se había vuelto una epidemia, una enfermedad que carcomía los cimientos de la confianza en la justicia.
La gente de Zongolica, en su sabiduría montañosa, dejó claro que no querían la desaparición de la Policía Estatal, sino la erradicación de la corrupción que había contaminado a sus agentes. Sin embargo, también lanzaron una advertencia seria y decidida: si detectaban a elementos que continuaran violando los derechos y extorsionando a los ciudadanos, tomarían la justicia en sus manos, reteniendo a los responsables y entregándolos a las autoridades.
Zongolica se levanta, no solo como un grito de auxilio, sino como un llamado a la reflexión. En este rincón de Veracruz, donde las montañas abrazan la historia y la lucha, la comunidad ha dicho “¡Basta!” a la sombra de la corrupción. Ahora, el mundo escucha su voz, una voz que exige justicia y respeto a las garantías individuales en un país que, en su corazón, anhela la luz de la verdad.