- El país, un infierno
Barandal
Luis Velázquez
Veracruz.- ESCALERAS: En Veracruz, están matando niños. Son, claro, el camino más fácil al terror y el horror. Pero en otras partes de la nación, los están desapareciendo. “Hay una epidemia de menores desaparecidos”, dice una ONG. Y los estados de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua y Sinaloa, a la cabeza. En sexto lugar, el estado de México, seguido por la Ciudad de México, la metrópoli más poblada del mundo.
Juan Martín Pérez García, de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), dice, por ejemplo, que con Enrique Peña Nieto la desaparición de mujeres adolescentes entre 15 a 17 años de edad se ha disparado en un doscientos por ciento (La Jornada, Sanjuana Martínez, 3 de septiembre).
Ya de por sí, la pesadilla es terrible con el secuestro de un hijo mayor o de un adulto. Pero cuando se trata de niños sólo resta, y como ha dicho el gobernador de Veracruz, llamarles “bestias”. Caso, los cuatro niños asesinados en Coatzacoalcos. El niño ejecutado en Tantoyuca. La niña asesinada en Córdoba. Los niños que también fueron asesinados en el duartazgo.
“No puedo entender por qué abusan de menores indefensos… que no le hacen ningún daño a nadie” dice Pérez García.
Pero…bueno, y más allá de las razones que cada quien, cada padre de familia, por ejemplo, lanzaría, hay un argumento de peso. Los niños son secuestrados, desaparecidos y asesinados, porque se toca la parte más frágil de la familia, multiplicando así la incertidumbre y la zozobra social.
Simple y llanamente, para aterrorizar tanto a la población como a la elite gobernante.
Tan es así que, por ejemplo, en la Ciudad de México los malandros han instaurado otra forma de terrorismo, como es secuestrar las mascotas de los niños y exigir un pago millonario.
Saben, entonces, que disparan a la yugular del corazón familiar.
PASAMANOS: Nadie desearía que la desaparición y secuestro de niños llegara a Veracruz, y más, porque Tamaulipas, la entidad vecina, ocupa el primer lugar nacional.
Y como se recuerda, los malandros llegaron al territorio jarocho por el norte de Veracruz, cuando el presidente Felipe Calderón envió el ejército a la calle y lo concentró en la frontera norte y de ahí los carteles se desplazaron a otras latitudes geográficas y llegaron a Tamaulipas y siguieron caminando sobre el Golfo de México.
Los días y las noches sombrías y siniestras peores que hemos padecido aquí han sido en el norte, desde Pueblo Viejo y Pánuco (también le llaman Pánico) hasta Tantoyuca, donde con todo y su cacicazgo, Joaquín Guzmán Avilés, “El chapito”, fue rebasado.
Entonces, antes de que la delincuencia organizada se posesione más en Veracruz de seguro será redoblada la vigilancia, y más porque de acuerdo con la estadística de Redim, nueve de cada diez niños y adolescentes desaparecidos son mujeres.
Unas, para la explotación sexual y la trata de blancas.
Otras, para convertirse en novias del traficante o narcomenudista de la zona (esclavas sexuales también les llaman) y que por razón natural pierden el contacto familiar.
Otras más, para ser utilizadas como trabajadoras domésticas.
Y otras más, para ser asesinadas y vender los órganos de su cuerpo como parte del tráfico humano.
Incluso, y como está sucediendo en Tamaulipas, los malandros primero secuestran a varones adolescentes “para identificar a sus compañeras de secundaria y hacer catálogos a partir de los perfiles de Facebook, ser identificadas, seleccionadas y secuestradas” (Sanjuana Martínez).
Sin entrar en falsas expectativas, y dada la vecindad geográfica, el destino estaría alcanzando a Veracruz.
Bastaría recordar que el ex Fiscal Luis Ángel Bravo Contreras, siempre reconoció que de Costa Esmeralda a Coatzacoalcos hay una ruta de “tratantes de blancas” y que por desgracia, nunca combatió y todavía, digamos, estaría operando, porque ni modo que con “el cambio de gobierno” los malandros hayan huido despavoridos y temerosos.
CASCAJO: De acuerdo con la estadística nacional hay unas treinta mil 991 personas desaparecidas en el país, y de las cuales, el 18 por ciento son menores de edad.
Es decir, que de cada diez personas desaparecidas, dos son niños y adolescentes.
Y aun cuando pudieran ser más, de cualquier forma la numeralia de por sí resulta escabrosa, pues dado que se trata de la parte más vulnerable de la familia, nadie tampoco está seguro ni exento de un “accidente colateral”.
Y más, por lo siguiente:
Redim dice que por lo general el secuestro de niños se vuelve invisible, porque la autoridad sigue pensando que el delito sólo se refiere a mayores de edad, y por eso mismo “esta invisibilidad se ha traducido en la ausencia de un enfoque de infancia en los procesos de reconocimiento de desaparición”.
La alerta ahí está y ojalá pudiera, digamos, servir para que cada familia redoblara la vigilancia sobre los hijos, pues está claro que la autoridad está demasiado ocupada en otros graves pendientes sociales.
Y más, si se recuerda que cualquier tipo de desaparición “trastoca el proyecto de vida (y la vida misma) de toda familia”.
Una versión popular dice que cuando a un vecino le secuestran a un familiar los demás se preguntan en qué andaría y tan modosito que se veía.
Y cuando levantan a otro vecino la misma pregunta se repite.
Pero cuando de pronto secuestran a un familiar, entonces, se acuerdan que Dios existe.