Luis Velázquez
Veracruz .- ESCALERAS: Veracruz huele a pólvora. La pólvora de los malandros. La pólvora de los policías contra los malosos. La pólvora de los delincuentes comunes. Y la pólvora de los policías estatales contra los municipales. Ni en el viejo oeste, vaya.
Y, bueno, si polis contra polis como el viernes 22 de junio en Martínez de la Torre se agarran en fuego cruzado, digamos, pillos contra ángeles, entonces, la vida cotidiana empeora.
Ya de por sí, el ciudadano común que vive todos los días con sencillez tiene mucho más pavor y miedo (“miedo al miedo” escribió León Felipe) a un policía que a un asaltante. El segundo, te quita el dinero y huye. Y el primero, el guardián del orden, el servidor público a quien se confía el Estado de Derecho para garantizar la vida y los bienes, asalta, madrea, acusa de agravios a la autoridad, detiene y encarcela.
Bastaría referir que en la última encuesta de Latinobarómetro, los policías llegaron al último lugar del escalafón, cuando antes, mucho antes, estaban al mismo nivel de los políticos en la medición de la desconfianza ciudadana.
PASAMANOS: Los policías estatales detuvieron a tres policías municipales de Martínez de la Torre acusados de robo con violencia. Fue la madrugada del viernes 22. Asaltaban gasolineras y tiendas de autoservicio. Un policía/asaltante, murió en el tiroteo.
En las madrugadas, estando de servicio, en la misma comandancia de policía se enmascaraban. Se quitaban el uniforme de policía y se ponían ropa de civiles. Y en un Jetta salían despavoridos a sembrar el terror y el miedo. Un Jetta propiedad de uno de ellos.
Se hacían pasar de malandros.
Insólito: uno de los policías asaltantes era, ni más ni menos, asesor jurídico de la Policía Preventiva Municipal. Carlos Manuel Montalbán López se llama. Sobrino del delegado de Política Regional de la secretaria General de Gobierno, de nombre Francisco Lozano Jiménez.
De noche, asaltaba. Y de día, le fascinaba tomarse foto con los candidatos del PAN, PRD y MC a gobernador y diputados locales.
Claro, los frijolitos siempre aparecen en el arroz de las mejores familias. Rogelio Franco Castán, declarado el mejor secretario de la yunicidad, ignoraba las ligas de su empleado con el sobrinito y asesor jurídico, policía y malandro.
Multifacético el chico.
CORREDORES: El caso de Martínez de la Torre se encadena a más en Veracruz. La fama pública de la policía es sórdida y siniestra. Solo bastaría recordar el duartazgo. Tiempo aquel cuando los policías y los jefes policiacos y los políticos aliados con los carteles secuestraban y desaparecían personas y las asesinaban y las sepultaban en fosas clandestinas.
En aquel entonces, fueron, todo indica, policías estatales. Pero también, policías municipales. Incluso, polis del Estado contra polis de los Ayuntamientos.
Un solo caso: los 8 policías de Úrsulo Galván que un comando policiaco del gobierno del Estado detuvo y desapareció y muchos años después nunca, jamás, han aparecido.
Serán los bajos sueldos, pues un policía municipal gana unos 7 mil pesos mensuales.
Será “las muchas cornadas que da el hambre”, cuando, incluso, se tienen dos casas que mantener.
Será la ambición y la codicia de querer más y más y más.
Serán las tentaciones de vivir con bilirrubina y el acelerador metido hasta el tuétano y con el tanque lleno de gasolina.
El caso es que da pavor vivir en Veracruz.
Por un lado, los policías municipales y estatales.
Y por el otro, los malandros.
RODAPIÉ: El barco de la muerte navega en mar embravecido, lleno de oleaje, en la bahía de Veracruz. Ha anclado en Coatzacoalcos. Pero ha caminado hasta Córdoba, los puntos negros de la tierra jarocha. El norte, claro. “La muerte tiene permiso” diría Edmundo Valadés.
Y en tanto la población continúa soñando con vivir con dignidad, el olor es fétido.
La elite eclesiástica ha convocado, digamos, a una tregua de decencia. Pero la jugosa plaza Veracruz con su autopista de sur a norte y tres puertos para el embarque y desembarque de droga, y las pistas clandestinas y el consumo de droga y una policía al servicio de los carteles hunden a la población en la desesperación social.
La yunicidad no puede. No ha podido. Pareciera rebasada. Ellos, los malosos, incluso, están adueñados de la agenda setting. Y el bienio azul mantiene una política reactiva. Reacciona, pues, a los hechos.
Que un cadáver tirado en la vía pública, la policía llega tarde. Que una mujer asesinada y arrojado su cuerpo en una barranca, la policía aterriza a destiempo. Que un ajuste de cuentas en un fuego cruzado, el infierno.
Y lo peor: la policía municipal (¿la estatal ángel de la pureza?)… despojándose del uniforme, vistiéndose de civil, y en hora de servicio dedicarse, como en Martínez de la Torre, a sembrar el terror y el horror.
Caray, y que nadie se emberrinche, pero el tiempo sórdido y siniestro se parece tanto al tiempo duartista.
BALAUSTRES: Una parte de los alcaldes en funciones se han agarrado del chongo con el gobernador Yunes, debatiendo en el carril mediático sobre la policía soñada.
¡Ay, zan/dun/ga, mamá por Dios!
Cada parte intentando brillar en el escenario. Pero el episodio de Martínez de la Torre donde policías se tirotean con policías descarrila por completo toda posibilidad de esperanza.
Es la realidad avasallante.
El sueño de los políticos atrapado en medio del fuego.
Una cosita, el discurso público. Otro, años luz de distancia, descarrilado en el tobogán del dinero fácil, donde lo que menos importa es el Estado de Derecho, aquel que en la sacrosanta teoría predica la seguridad en la vida y en los bienes.
El Estado Delincuencial sigue invicto en “la noche tibia y callada” de Agustín Lara, con un virtual Estado de Sitio, donde apenas pardea la tarde las familias se concentran en sus casas temerosas de un asalto, un secuestro, una desaparición y hasta de perder la vida, digamos, y en el mejor de los casos, con una bala perdida.