Luis Velázquez / Escenarios
05 de septiembre de 2019
UNO. Un político de izquierda
El primero de diciembre del año 2018 fue un día con muchas, demasiadas, grandes expectativas.
Por vez primera llegaba al poder un político, digamos, de izquierda, la izquierda radical, la izquierda delirante, la izquierda de Salvador Allende y Ernesto “El che” Guevara, la izquierda honesta, honesta, muy honesta, paladín de los pobres y los jodidos.
Pero en 9 meses, el desencanto social, por ejemplo, con tantas matanzas sórdidas y siniestras.
En vez de la luz, las sombras al mediodía.
En lugar de la época de oro, los días y noches huracanados.
En vez de hechos y resultados, la venta burda de esperanzas.
Y el cinismo: unas horas después de la masacre de Coatzacoalcos con 29 muertos, todos asfixiados en el bar “El caballo blanco”, Cuitláhuac, Éric Cisneros y Hugo Gutiérrez trepando a las redes sociales una foto donde posan como colegiales en un pasillo del Palacio Nacional, donde acudieron citados para rendir cuentitas, quizá, digamos, sobre el número de florecitas sembradas por el secretario de Seguridad Pública en parques y jardines de Xalapa.
DOS. Veracruz se fue al diablo
Es el momento de un líder carismático en Veracruz. El tiempo soñado por la Cuarta Transformación y la República Amorosa.
La hora de vivir de manera virtuosa según la Cartilla Moral, el evangelio social del siglo XXI.
Pero en la tierra jarocha la atmosfera social sigue trastornada y al paso que vamos pronto, más, mucho más, Veracruz se irá al diablo y que, bueno, se habría ido ya con los cinco mil comercios cerrados tan solo en el sur de Veracruz y las decenas de familias migrando del pueblo.
Por eso, el palabrerío del góber suena y es amargo.
La población tuvo, digamos, fe y confianza en Cuitláhuac, más que por Cuitláhuac mismo, porque AMLO iba en la boleta electoral el año pasado.
Pero demasiado pronto la utopía social soñada por el tabasqueño para Veracruz, su tierra, se desvaneció.
Y aun cuando la población ha resistido más allá de su capacidad y necesita un descanso, los vientos continúan soplando huracanados y la clase dominante llegó a su principio de Peter.
No puede. Está rebasada. No quiere. Está desesperada. Por ningún lado encuentra la salida. Los carteles siguen imponiendo su agenda social. El gobierno de Veracruz solo actúa, digamos, de manera reactiva. Y lo peor, dando palos de ciego. Y culpando a otros de sus debilidades, flaquezas e incompetencias.
TRES. El pueblo todo aguanta, menos…
Todo puede aguantar un pueblo.
Aguanta, por ejemplo, las tripas chillando. El desempleo. El subempleo. Los salarios de hambre. La baja calidad educativa. La peor calidad de salud pública. Los hospitales sin el cuadro básico de medicinas. Con los aires acondicionados descompuestos en la sala del quirófano.
Pero lo que nunca, jamás, soporta es la inseguridad en el diario vivir. La incertidumbre y la zozobra. Los secuestros, las desapariciones, los ultrajes sexuales, los asesinatos, las fosas clandestinas, las extorsiones, el cobro del llamado derecho de piso, la impunidad.
Se ignora por cuánto tiempo más la población de Veracruz y sus elites dirigentes, políticas y sociales, aguantarán vara y se abstendrán de encabezar y organizar una gran protesta colectiva de norte a sur y de este a oeste de Veracruz para estremecer a las cúpulas de Morena aposentadas en el palacio de Xalapa.
Y más, cuando todas las expectativas levantadas el primero de diciembre del año 2018 están descarriladas.
Se ignora si esperarán más masacres. Y seguirán en sus insulsas declaraciones mediáticas que ningún resultado social dejan, pues todo se reduce a dimes y diretes entre “tirios y troyanos”.