Luis Velázquez
EMBARCADERO: Entre algunos recuerdos del viejo Veracruz están los siguientes… Las botanas que daban en las cantinas por cada cerveza consumida y que solían empezar con un caldito de pollo y luego de pescado y después tacos y así el festín gastronómico aumentaba como carnada para seguir libando… Caminar de noche en las calles y avenidas, sin el temor de que los ladrones asaltaran, aun cuando, claro, se vivía entonces (todavía hoy) el terror con los policías pillos… La fascinante chica que en Los Portales vendía cacahuates, pero también sexo… Los tranvías que circulaban en la ciudad y en donde tantos flirteos y amores afiebraban el corazón… El periplo turístico que empezaba en el baluarte de Santiago y terminaba en el castillo de San Juan de Ulúa, siempre agarraditos de la mano con la novia soñada… Los bailes populares en Bomberos en el carnaval y que siempre terminaban en guamazos limpios… Los bailes el fin de semana en Villa del Mar, donde estaba permitido el amor efímero y pasajero… Agustín Lara en su Casita Blanca, acompañado de su pareja en turno y en que solía recibir a los invitados con una botella de cognac para consumo personal… El famoso centro de perdición que fue la calle Guerrero con unas doscientas, trescientas cortesanas de servicio popular… El night club “La escondida”, donde unas cien mesalinas, todas menores de treinta años de edad, andaban en lencería despertando las pasiones ajenas… “La casa de Margarita”, otro centro de placer… El desfile de las bastoneras de las secundarias y bachilleratos, una de las cuales, por cierto, enloqueció al presidente Luis Echeverría Álvarez… Las artistas más cotizadas del momento desfilando en el carnaval, casi casi en pañales… Olga Breeskin y su violín y su cuerpo fascinante lleno de curvas tocando en el baile de la coronación de la reina del carnaval…
ROMPEOLAS: Los cuentos de “El llanero solitario” y “La pequeña Lulú”, donde todos aprendimos a leer, y que valían cuatro pesos en el puesto de “El chino”, el padre, en la avenida Independencia… Los sabrosísimos tacos en el mercado Hidalgo, con los que cada quien se chupaba los dedos… Las gitanas que merodeaban en el zócalo y en los mercados adivinando la suerte, con la maravillosa suerte de que alguna aceptara “un rapidín”… Los volovanes que un señor vendía afuera del penal de Allende (muchos, muchísimos años antes que Mel Gilson lo cerrara para siempre) y que han sido los más sabrosos en la historia local… Una trabajadora sexual de la avenida Guerrero a la que apodaban “La quinceañera”, porque llevaba el récord más alto de iniciación sexual y que ella procuraba como una obsesión freudiana… El escritor Juan Vicente Melo (Obediencia nocturna) como director del Museo de la ciudad… Los escritores y periodistas, Roberto Blanco Moheno y Renato Leduc, tomándose “un lecherito” en el Café La Parroquia durante horas y horas en la plática sabrosa con los amigos… Roberto Ávila González, “El indio” de Cleveland, fumando el puro y platicando de sus hazañas en el café con los amigos que lo escuchaban azorados y asombrados… La sensual actriz, cantante y bailarina, Sonia Furió, enloqueciendo a los jarochos con sus curvas voluptuosas en un desfile de carros alegóricos… María Félix cenando en el restaurante del hotel “Mocambo”, con Agustín Lara al piano tocando y cantando “María Bonita”… Los hermanos Almada de Veracruz, los hermanos Caracas, sembrando el terror y el horror en las calles jarochas pistola en mano y robándose chicas de “La escondida”… Aquel marino que una noche llegó a “La escondida”, pidió una botella de alcohol, extrajo la foto de Jacqueline Kennedy, de la que estaba enamorados sin remedio, y se pegó un tiro en la sien y que sirvió de pretexto a Mario Vargas Saldaña, presidente municipal, para cerrar (y para siempre) el tugurio más famoso en los casi quinientos años de la historia de Veracruz…
ASTILLEROS: Los cines Díaz Mirón, Salvatierra, Victoria y Reforma, donde florecía el amor prohibido, siempre en las butacas traseras de luneta y en la galería… El poeta Salvador Díaz Mirón tomando café en el hotel Diligencias, en donde mató a un cristiano por la espalda con una pistola que siempre cargaba porque le gritó improperios, y en donde muchos años después el escritor Gabriel García Márquez decidió quedarse a vivir en México porque Veracruz le recordaba a Colombia… Las cantinas que estaban cerca del mercado Hidalgo y en donde fiaban a estudiantes… Alvarito y su acordeón con su hermanito entrañable, “El pingüino”, que cara tenía y que tanto lo cuidaba… Las serenatas “a la luz de la luna” con Víctor Segovia y Bravo Pagola… Los amores de Fernando López Arias con las reinas y princesas del carnaval… Jesús Reyes Heroles y sus menyules en el hotel Diligencias… El sabrosísimo queso de San Rafael que daban de entrada en el restaurante del hotel Prendes, mientras un pianista tocaba a Mozart… La titánica y desesperada hazaña de Apolonio Gamboa para editar su periódico “La noticia” y que se volvió un diario anticatólico, porque se publicaba cuando Dios se descuidaba… El programa nocturno de una hora cada noche en la XEU con Agustín Lara y que tanto oían los abuelos… Luis “Pirata” de la Fuente metiendo goles en el estadio, el héroe popular jamás superado… La nevería Yucatán en el parque Zamora, donde tantos amores juveniles florecieron escuchando rock, conscientes todos de que “novia de estudiante rara vez esposa de profesionista”… El Veracruz que se nos fue, con todo y que cada quien diga que su tiempo fue y es mejor…