Luis Velázquez/ Escenarios
24 de julio de 2019
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UNO. El velador de la esquina
Es un hombre de estatura baja. Pero su cuerpo es una columna de templo griego. Fuerte. Duro. Macizo. Sólido. “Pega en mi estómago”, pide, divertido. Es gordito, casi casi Rotoplas. Y es velador. Trabaja de 7 de la noche a 8 de la mañana, 13 horas ininterrumpidas, 5 horas más de la jornada laboral.
La noche completa está en vela. Incluso, la mayor parte de las horas las pasa de pie, merodeando alrededor. En vigilia. Bajo acecho.
Conoce, por ejemplo, a los gatos merodeando en la noche. Conoce a las gatitas huyendo del gato retozón. Conoce a los perros por la sonoridad de los ladridos en la noche.
Con más, mucha mayor razón, conoce los ruidos de la noche, los ruidos de la casa donde vigila.
Hacia las 6 de la mañana, cuando apenas clarea, saca a los tres perritos de los niños a pasear. Y de 7 a 8 horas, lava las dos camionetas.
A las 8 en punto parte a casa. Desayuna. Se baña. Y se acuesta a dormir hasta las 3, 4 de la tarde, listo para volverse a bañar y comer y llegar a las 7 en punto a su centro de trabajo. Así, todas las noches de todas las semanas y todos los meses.
DOS. La pistola en el morral
Sergio “N”, el velador, tendrá unos 55 años. Y desde hace unos 25, todos los lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábados han sido iguales. Igualitos, trabajando como velador.
Y más, en estos tiempos sombríos cuando “la muerte tiene permiso” y hay mujeres y hombres a quienes asesinan con más de los 3 tiros famosos asestados a Rosita Alvírez, y de los cuales, uno solo era mortal según dice la canción.
Es un hombre recatado. Pocas, excepcionales ocasiones, habla. Acaso, “buenas noches, buenos días” y es bastante. Su diálogo consiste en mirar y escuchar y observar y cerrar la boca.
Siempre llega acompañado de un morralito colgando del brazo o a veces de la mano. Es un morralito como los usados por los campesinos y en donde guarda la pistola, instrumento de trabajo.
En su día de descanso, el domingo, dice, hacia el mediodía va al campo de tiro y entrena. “Es mi vida o la vida de los malandros”, dijo una vez a tirabuzones.
TRES. Los sirvientes de la casa
Sergio “N” es velador de un hombre rico y su familia. En el día también hay otro velador. Ninguno de los dos usufructúa las prestaciones establecidas en la Ley Federal del Trabajo. Nada de Seguro Social. Nada de INFONAVIT. Nada de crear antigüedad laboral para la jubilación.
El día cuando se reporta enfermo se lo dejan de pagar.
Incluso, el patroncito les tiene prohibido utilizar el baño de la planta baja de la casa. Tampoco tienen acceso al estacionamiento para desde allí vigilar la noche. Chambean en y desde la banqueta. Si llueve, apenas, apenitas, pueden guarecerse pegado el cuerpo a la pared.
Si necesitan ir al baño con emergencia han de salir caminando aprisa a la plaza comercial cercana para el baño público.
Si necesitan por las altas temperaturas un vaso con agua solo si la llevan en la botellita.
Cada velador lleva su torta para comer y fría, igual como los campesinos comen el itacate al mediodía sentados debajo del árbol.
Ta´canijo ser velador, sin contar el trato grosero, a veces del patrón, a veces de la esposa, a veces de los hijos quienes suelen mirarlos como unos sirvientes.